Una compañera de profesión, al regreso de un periodo largo de receso, (no este) me preguntó que cómo me había ido en ese tiempo, que qué había hecho. Porque ella había estado aburridisima, cuestión que al instante me provocó mencionarle que la verdad yo había estado un poco tranquilo también; había terminado los cursos del trabajo, había concluido unas materias de la carrerita, había comenzado en las artes del negocio mercando ornamentación para los más recatados gustos, además, había emprendido un nuevo desafío para mi cuerpo y me había dispuesto a correr todos los kilómetros posibles antes que volver al mismo sitio.
Además, le mencioné cómo ayudo a mi amada en su negocio en ratos libres y de qué manera me lío con los clientes digitales en la elaboración de sus propios proyectos académicos, cosa que jamás hice en mis ratos más arduos de estudio juvenil.
La compañera que escuchó tal atrevimiento, insolente, porsupuesto, me remató aseverando con un tono entre burlón y socarrón lo siguiente: "ah, y entonces los domingos vendes pan & café ¿No?".
Yo sentí de inmediato que me lo merecía, también vender pan & café. Me confesé dentro de mí que "así es, también pan & café".
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