Descubrimiento de vida desde la cocina.
Hoy descubrí un ejemplo de lucha por la vida y perseverancia para realizar los objetivos, toda una puesta en escena de un ejemplo que ha cundido en la humanidad durante millares y millares de años. Todo fue en la cocina mientras, aun con rezagos de sueño, bajé a calentar el agua para el café. De pronto un zumbido de algo que de primera instancia no reconocí, me llevo la curiosidad siguiendo. Al principio pensé que podría ser el refrigerador que ahora falla y hace sonidos como de cosa con vida, como si le chirriara la panza (en realidad el refrí todo él es una panza) al orientar la vista en esa dirección del refri, a pocos pasos de donde me encontraba, frente la estufa, noté la mortalidad del metal que estaba silencioso, por ende de allí no venía ese zumbido, hasta que al girar hacia el lado inverso, probablemente en un gesto de (desorientación), miré… porque así podría describirlo, miré que de cerca del rincón de la ventana que da al patio trasero, se desprendía el ruido que en momentos se intensificaba, de pronto se silenciaba de nuevo, para reanudar ese chirrido que pareciera venido desde un esfuerzo descomunal. Cuando ya me había percatado de aquella pobre mosca enredada entre la telaraña de aquella araña que muy carnívora, ya la embestía, la enrollaba con una maestría en ése hilo finísimo a una velocidad de obrera que enrolla en poliéster planchas de metal, así la araña parada en cuatro de sus patas, me pareció tan un potro salvaje parado en sus dos patas relinchando, logrando un equilibrio, para no pegarse, porque las arañas como sabe todo mundo son susceptibles a quedar pegajosteadas en su propio pegamento, como los topos a perderse en sus laberintos, así mientras se liaba con aquel insecto la mosca, que a intervalos de segundos dejaba de zumbar para después sacar vanas fuerzas, pues la araña seguía envolviendo y haciendo rollo la mosca frenéticamente, en esa telaraña que lanzaba de la punta de su pancita tan redonda y pequeña que simulaba el tamaño de una gota de agua pero más pequeña. De tal suerte, aquel arácnido me daba una lección y me recordaba lo que yo antes había llegado a hacer, liarme con moscas, mientras las envolvía con la telaraña del mi lenguaje para el fin de la superinfravivecia, después me avergoncé de que tal insecto más pequeño que mi uña trabajara más que yo diariamente, y eso haga por los ínfimos días de su vida corta, así que la dejé en santa paz. Disfrutando del fruto de su tejido, suculenta mosca que con gusto me hubiera sentado a la mesa a compartir con esa maestra araña, de no ser porque también seguramente me hubiera comido.
Ardo Astillo Oreno.
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