Santa Fe de la Laguna, Pátzcuaro. Michoacán.
La visita con los purépechas fue mágica, mística, un sueño vívido. Cerca de una semana contemplamos sus paisajes, su lago, habitamos en sus casas, nos acercamos a su lengua, vivimos sus fiestas y costumbres, nos deleitamos con su guisos.
No olvidaré cuando los vi danzar con alegría, brinquitos y saltitos con un estilo inimitable, inenarrable a un ritmo que palpita el universo.
Compramos pescado fresco que todavía salta en las bandejas, huacales. Nos adentramos en sus elaboradas viviendas de materiales rupestres: madera, adobes, alambres, pintura de chochinilla. Todo mezclado en un arte constante, que refleja su cosmovisión del mundo.
En las maderas polines, que sostienen sus tejados, hay grecas y figuras talladas, que envuelven toscos amasijos de adobe, ya sea en forma de ladrillos o de mezcla, del adobe color arena de mar salen los alambres que ya sirven como ganchos, tendederos o para que las gallinas no se salgan de su sitio, la pintura de cochinilla en forma de grecas, dibujos con los que señalan nombres de sus calles y avenidas, todas escritas en lengua purépecha.
Al llegar al sitio, centro de su mundo, los niños te sonríen inocentes, pero reconociéndote como extraño, se escucha al oído desconocidos sonidos en que todos se hablan, es la lengua purépecha o tarásca que aún vive y fluye en ese santuario de la naturaleza.
Arribamos a la isla de Pátzcuaro en lancha, que a los turistas cobra ciento cincuenta y a los locales cuarenta, nuestros anfitriones, pareja originaria de esa comunidad nos hacen pasar por "sus primos", por un precio exclusivo, subimos hasta la cabeza del gigante Morelos, contemplamos en medio del lago las montañas que rodean el santuario, la manera que Dios habita en su creación, la naturaleza nos alimentó del aire más puro que cualquier ser viviente puede respirar en su sueño. Nos ornamentó con sus artesanías la isla, nos dio color, luz, calefacción y cariño su entorno.
Vimos a los pescadores haciendo su labor de cada día con esas redes que parecían el vestido de las lanchas, los seres acuáticos aún se movían en sus se movibles. Fue una aventura fantástica llegar a otra nación dentro del mismo país.
Compermiso. Ya me tengo que bajar para transbordar.
No olvidaré cuando los vi danzar con alegría, brinquitos y saltitos con un estilo inimitable, inenarrable a un ritmo que palpita el universo.
Compramos pescado fresco que todavía salta en las bandejas, huacales. Nos adentramos en sus elaboradas viviendas de materiales rupestres: madera, adobes, alambres, pintura de chochinilla. Todo mezclado en un arte constante, que refleja su cosmovisión del mundo.
En las maderas polines, que sostienen sus tejados, hay grecas y figuras talladas, que envuelven toscos amasijos de adobe, ya sea en forma de ladrillos o de mezcla, del adobe color arena de mar salen los alambres que ya sirven como ganchos, tendederos o para que las gallinas no se salgan de su sitio, la pintura de cochinilla en forma de grecas, dibujos con los que señalan nombres de sus calles y avenidas, todas escritas en lengua purépecha.
Al llegar al sitio, centro de su mundo, los niños te sonríen inocentes, pero reconociéndote como extraño, se escucha al oído desconocidos sonidos en que todos se hablan, es la lengua purépecha o tarásca que aún vive y fluye en ese santuario de la naturaleza.
Arribamos a la isla de Pátzcuaro en lancha, que a los turistas cobra ciento cincuenta y a los locales cuarenta, nuestros anfitriones, pareja originaria de esa comunidad nos hacen pasar por "sus primos", por un precio exclusivo, subimos hasta la cabeza del gigante Morelos, contemplamos en medio del lago las montañas que rodean el santuario, la manera que Dios habita en su creación, la naturaleza nos alimentó del aire más puro que cualquier ser viviente puede respirar en su sueño. Nos ornamentó con sus artesanías la isla, nos dio color, luz, calefacción y cariño su entorno.
Vimos a los pescadores haciendo su labor de cada día con esas redes que parecían el vestido de las lanchas, los seres acuáticos aún se movían en sus se movibles. Fue una aventura fantástica llegar a otra nación dentro del mismo país.
Compermiso. Ya me tengo que bajar para transbordar.
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