Vengo a media madrugada a saludar a lo quieto, a sentir en los poros la imposibilidad del silencio, a escuchar lo que se empeña por estar en pausa y quejarse bajito.
Oigo el aire que me susurra el triunfo
Veo las cosas apasiguandose
Apagando ese motor interno que las hace animarse
Contemplo la realidad con ese denso detenimiento que me permite presentir la eternidad que me permite navegar el perímetro de la escencia quinta y sexta y vigésima.
La pared para mi pie es tan fresca y tan blanca que me atrapa en los profundo de sus átomos
Aunque para muchos fuera la hora de soñar a mí me toca, como tecolote, estar atento a la sombra que no se separe de su objeto
Al sombrero que no se separe de su ranchero
La madrugada es buena espiral para creer que se ha llegado a lo más profundo, a lo más adentro de la vida.
Cuando se siente en carne propia la oscuridad
/Me pregunto si la oscuridad y el negro son lo mismo/
Me respondo que no, son nada más dos caras de la misma moneda, la luz y su ausencia
que ya se la robó la luna para brillar incandescente, condescendiente, como un satélite
Como un entrarle a la maraña del pensamiento mientras casi se percibe el respirar de la tierra al contemplar una planta, no me sorprendería que fueran al mismo ritmo, que fueran la misma cosa.
Inhalo el viento que antes de entrar por mis fosas recorrió otras cavernas menos rocallosas, acarició los pastos, incluso se roció con el agua sacra, para flotar evaporadamente serena y dar el combustolio a mi seso quemado.
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