Cuando en la letra
entra el hilo podría alargarse hasta el infinito y siempre algo nuevo recrearnos.
El monstruo lenguaje que en capricho mismo de su ontogénesis nos articula como
mejor conduce lo que queremos decir, pobre bestia mansa que deja de lado en la
orilla del lago todo lo que nos acompaña, bien se sabe que nombrar es marcar la
vereda, dejar la verdad a kilomántricas reflexiones detrás, congelar el momento
pero a la vez tasajearlo de la sensación que lo crea, dejar un fragmentado,
algo que es un descompleto de letras. Compañeros acampados bajo pinos lo saben,
deben decidir, mientras beben del sol, la
luna, el lago el bosque, los mohos y sus aromas aquello lejos de la
civilización que se encapsula en papas fritas y salsa catsup, la descripción es
la frialdad, es el momento sin los sentimientos, como el hueso sin tuétano.
Bailes, brincos de hambre, mar o metas; todo en el gran cuadro olvidado por
estas letras que hilan, hilan hasta un suéter tejer que es la obligación para
el frio infernal de aquel humano que alguna vez fue y sigue volado con más de 5
propulsores en sus 7 sentidos, infinitos como vidas dentro de la única- el
tormento- que le tocó vivir. Pero se nace y algo nos te me toca, atemoriza y
atormenta como rayos, ¡oh cielos! Luz, el día cálido, los pajarillos en canto
que se deja llevar, se deja traer, deja ir y deja venir como ahora que adoraba
esta planificación en mi vuelo, casi en punto de chamuscar algo significativo, es
decir sin significado y la caprichosa que nos lo te le transmite con nuestras
esferas receptoras, nuestros agujeros discriminatorios. Mansión del lenguaje se
erige en arte de ella misma con brotes barrocos en las marquesinas del tiempo.
Ardo
Astillo Oreno
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