El inesperado familiar
El lugar era alborotado, en aquel momento yo lo frecuenté no importa porqué motivo, pero basta decir que quedaba cercano a mi hogar, la tarde era soleada, con ese sol del valle de México que es muy deslumbrante, el lugar conocido por tanto lleno de personas que acudían a tomar un trago, piso de tierra con un poco de aserrín regado, mesas de plástico, realmente era un patio grande, pedí un curado de avena y me fui a sentar hasta el fondo, lugar donde había una mesa ocupada por una sola persona.
Una mesa de plástico cuadrada con la palabra Victoria en letras rojas escrita sobre su lomo, había un señor que miré y no le saludé puesto que se veía que pensaba profundamente en algún suceso, y me miró pero parece que no me hubiera visto, me senté y comencé a percibir el ambiente que era disperso, se escuchaba música de algún corrido, veía con atención los rostros de los contertulios, escuchaba una que otra risa esporádica, daba sorbos a mi curado de avena, el señor que estaba en la misma mesa que yo me comenzó a causar curiosidad por los gestos que hacía, se veía realmente preocupado, ponía rostro de afligido el pobre señor quien tenía una caguama con él y la mirada perdida con quién sabe dónde no me miraba ni por error, comencé a pensar porqué tenía esas expresiones tan sufribles en su rostro.
Seguí distrayéndome con el rededor, degustando ese sabor a avena. Pero las facciones del tipo aquél no dejaban de atraerme, me preguntaba para mis adentros si estaría triste, enojado, decepcionado, nervioso, no lograba acertar por sus gestos su estado de ánimo, sólo lo veía extraño.
Entre el fondo de las mesas, cerca de la barra que estaba a un lado de la puerta de entrada, llegó un joven acompañado de una muchacha y tras ellos una señora de considerable edad. Atravesaron entre las mesas sin dificultad, seguros, con paso firme y llegaron a un lado de donde yo estaba con mi tarro, miraron al señor quien al ver a este grupo de gente se paró y los saludo con mucho cariño, yo entre mí pensé: primero, qué mal sitio para citar a la familia, segundo, este señor tiene en un problema, desde la forma en que saludó a los que llegaron puedo notarlo, de inmediato mi reacción fue levantarme del lugar, ir por sillas y poner las necesarias a saber: una para la señora, a la que le dije; "buenas tardes tenga usted señora, disculpe el ambiente, pero qué le vamos a hacer, adelante", enseguida coloqué una silla a un lado mío y le dije a la muchacha de alrededor de 17 años, "señorita buenas tardes, adelante tome asiento, aquí estamos su padre y yo esperándolos, espero no les disguste mucho el aspecto del lugar", en el siguiente acto coloqué la tercer silla al otro lado de mí y le dije al muchacho que traía una camisa de rayas y pantalón de vestir negro peinado con una especial atención; "siéntate hijo, ahorita a ver qué nos dice".
El hombre por su parte saludaba a cada uno de ellos y para cuando los acabó de saludar con un abrazo lleno de sentimiento yo ya estaba colocando mi silla en un ángulo de la mesa. Todos me miraron cuando la arrastre metiendo las piernas bajo la mesa, para lograr sentarme derecho, el señor aún hacía como que yo no estaba ahí, pero era inevitable verme, yo lo miraba y él a su vez miraba a los que habían llegado, yo le dije a la señora que podía si quería pedir un trago, ella no me miró, le recomendé el de mango, y que pidiera dos refrescos para los niños, el señor no sabía qué decir, por su aspecto parecía que lo embargaba la emoción, y fue cuando me volteó a ver, los niños-jóvenes miraban al señor como si fuera una persona que hace tiempo no veían, la niña se atrevió a preguntarle al señor, ¿Cómo estás?, el señor respondió, "aquí ando, ya ves."
Yo por mi parte me paré y fui por otro trago, entre mi dije, esta no me la pierdo, llegué de vuelta al sitio y les dije; "Hombre pues gente, qué les sucede, ¡ánimo!, a ver cuenten, cuenten, ¿Qué sucedió?, mire a la señora y le dije, dígame cómo se porta, qué le sucede".
El señor dijo: "creo que este no es el mejor lugar".
Yo pensé que eso ya lo había pensado desde que los vi entrar, la esposa dijo que no era buena idea empezar ahí, yo les dije; "hombre, mujer, usted no se agüite que nadie nos oye, dile compañero, -le dije al hombre- dile lo que tenías ganas, lo que estabas pensando cuando llegué aquí y te noté que pensabas, pero no nos hablamos".
El señor dijo: "será mejor que nos vayamos a otro lado", yo por buscar romper esa tención que se había creado les dije; "bien, es evidente que es un momento difícil, no tienen que hacerlo saber, se ve, pero usted mi amigo quiete ese rostro que ya están aquí, tu nena vélo es tu padre y siempre lo será", después le dije a la mujer: "usted señora comprenda, no es necesario que me explique cuando a leguas se ve lo sucedido, aunque será mejor que acudan a otro lugar a solucionar eso de lo que yo no estoy enterado. Deberían de hacerlo cuanto antes porque este pobre hombre- y le puse la mano en el hombre aquél-se ve que ya no puede más", y continué: "ya sé que a lo mejor hizo intentos pero usted también debe comprenderlo, así lo quiso desde un principio y ahora lo tiene y no debe sino apoyarlo y comprenderlo", la señora me miró con incredulidad.
El hombre se levantó de su lugar y espero a que su joven hijo y su joven hija le secundaran para salir tras, mientras yo me quedaba mirando desde la mesa el acontecimiento de eso que no sé bien si fue un reencuentro, era un ajuste de cuentas, o sólo este cuento.
Ardo Astillo Oreno
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