Creo que debería admitir que no era yo el que andaba ofreciendo los productos financieros, así que diré que por aquella farmacia llegó el vendedor del banco con la intención de comercializar sus productos, a saber el portafolio de cuentas de ahorro, de cuentas de crédito, de seguros de vida para la muerte, eran un promedio de 400 productos de los que el vendedor alcanzaba a comprender básicamente 3 o 4 pero que le eran suficientes para empezar a comerciar.
Aquél señor que se dijo dueño de la farmacia; piel apiñonada, cara ovalada, nariz prominente, se mostró interesado por el crédito, comentó que él, tiempo atrás, también había trabajado en un banco y también, según él, sabía lo que era hacer estas cosas: pedir papeles legales, firmas a desconocidos, que ahora este documento, que ahora esta hoja y nos equivocamos en tal dato, a él le interesó una línea de crédito, y ahí va el negocio.
Dijo que cuando él trabajó en un banco llegó a contar con una línea de crédito que si bien le costaba mantener el pago regular no dejaba de utilizar ni la dejaba al abandono, dijo que de pronto cayó en la ruina y que por eso andaba solicitando ese préstamo, mencionó que tenía una hija, ella se había juntado con un tipo, fue insistente que su muchachita no era la mala, sino “el cabrón este, güebón, aprovechado, vividor” así lo dijo,porque él como padre de su hija siempre quiso lo mejor para su niña, pero este joven “se había encargado de echarla a perder”, pero que no se había conformado con eso, dijo el señor al vendedor de seguros que: había que estar consciente sobre la naturaleza de las mujeres, porque él no reclamaba a su hija que se juntara con el muchacho, “porque a las mujeres cuando les empieza a hervir ahí abajo”, así lo dijo, “ ya no hay qué hacer” y entonces el farmacéutico sacó de entre las medicinas una biblia de bolsillo y comenzó a leer un pasaje, era de Mateo, y decía que una mujer caminaba muy lascivamente frente a una bola de hombres, pero estos tenían que soportar la tentación que en realidad era el diablo vestido de mujer y con caderas contoneándose.
El señor farmacéutico dijo que las mujeres e insistió “cuando sienten cosquillitas es cuando seduce e incitan a hombre al pecado” así dijo el viejo. Por eso él no le echaba la culpa a su hija sino a su yerno, porque el hombre, como decía el librito, debía aguantarse de esas provocaciones por parte de las mujeres, pero que ya que no se aguantó ahora no le responde a su hija.
De tal forma que el yerno del farmacéutico fue el culpable de que éste último perdiera su línea de crédito. Luego el farmacéutico ahondó en la descripción de la decadencia en que fue cayendo gracias a la pareja de su hija y siguió alternando sus experiencias con lecturas del librito.
Por su parte el vendedor de seguros no había podido quitar sus pensamientos de las palabras “hervir ahí abajo” y “cuando sienten cosquillas” dichas por un hombre con un biblia en la mano.
-Ardo Astillo Oreno.-
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